Acto de amor sateluco

febrero 26, 2012

Hace siete años, en un soleado diciembre y ante la euforia de realizar regularmente caminatas campo traviesa los fines de semana, se nos ocurrió al amigo Uriel Waizel y a mi convocar abiertamente para realizar una caminata que fuera desde las Torres de Satélite hasta la Basílica de Guadalupe. El motivo era festejar de una peculiar manera el día de la Virgen de Guadalupe. Nos parecía una excelente idea, así que apostamos en ella: Diseñamos un volante donde se veía a la virgen de Guadalupe protegiendo las Torres, la spamiamos generosamente en nuestra base de datos, y Uriel hasta consiguió que la estación de radio Ibero 90.9 le hiciera una mención y nos hiciera un seguimiento de la marcha vía telefónica.

Sabíamos que estábamos ante una de esas iniciativas que tienen un dejo de absurdo, que puedes medir que funciona desde que al contarla genera sonrisas, pero que cuando convocas para llevar a cabo, su destino es incierto. Aun así le entramos y a las diez de la mañana de ese día fuimos a las torres a medir la aceptación real de la propuesta. La situación era de esperarse: Uriel y yo estuvimos solos en medio de las torres, esperando un quórum que nunca llegó.

Ya en la necia, sin nada más que hacer y bajo la bendición de la Guadalupe y el optimismo sateluco, decidimos hacer el recorrido nosotros. A ojo de buen cubero trazamos una línea imaginaria entre los dos puntos, o mejor dicho, entre nuestro cálculo geográfico de los dos monumentos, nuestra noción de línea recta y la bendición de la Guada (ya que no había teléfonos inteligentes con GPS) y comenzamos a caminar. Fue desastroso, jodido, insano y peligroso, pero también fue una experiencia única, absurdamente bella, llena de personajes y locaciones insólitas. Yo documentaba todo con una cámara, y Uriel recibía una llamada de vez en cuando de la radio donde les platicaba por donde íbamos, por supuesto hablaba siempre en plural y afirmaba «la caminata va a la altura de tal avenida, ahí nos pueden ver», y yo moría de risa porque seguro los radioescuchas imaginaban más que dos satelices cruzando el D. F. ¡Dios bendiga la magia de la radio!

Así recorrimos a pie por horas y avenidas las venas desde Ciudad Satélite a la Ciudad de México. Al llegar le cantamos las mañanitas a la Virgencita, compramos generosa mercancía guadalupana y nos regresamos en taxi por nuestros autos a Satelandia. Si, fue una convocatoria fallida, pero una GRAN anécdota y vivencia. Es bien sabido que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Este fin de semana hemos estado organizando una serie de eventos para presentar «Satélite, el libro», un proyecto editorial empujado por Dante Busquets, Guenola Caprón, Martha de Alba, Uriel Waizel y yo. Dicho libro suma el talento de más de 40 colaboradores como Los Tacvbos, Arcangel Constantini, Marco Colín, Sol Henaro, Louis Noelle, Nicolas Alvarado, Luis García, Cecilia Estrada, Ricardo Gómez Garrido, Melissa Suárez del Real, Lilian Vázquez, Juan Villoro, Alex Dorfsman, y demás cómplices satelitenses. Se pudo por fin imprimir en papel después de cinco años de trabajo gracias a la generosidad de muchos aliados, pero en especial a la UAM Iztapalapa y Atzcapotzalco.

Para cerrar con broche de oro esta serie de charlas, conciertos, mesas redondas y exposiciones que organizamos para festejar el lanzamiento de la publicación, se nos ocurrió otra idea linda y peligrosamente absurda como la de hace siete años: dar un abrazo colectivo a las Torres de Satélite. Hemos convocado por redes sociales y medios para que hoy domingo 26 de febrero a las 7 pm venga la gente y entre todos les demostremos a las Torres de Satélite, mediante un abrazo, el cariño que se merecen. Son el símbolo que corona y representa a los suburbios del norte de la Ciudad de México, la antena vital en el corazón de los satelucos, el alfa y el omega de la mitología e identidad de millones de mexicanos. A diferencia de nuestra anterior iniciativa, en este caso si solo vamos Uriel y yo, no creo que podamos lograrlo y ni siquiera intentarlo, pero también a diferencia de hace años, ahora hay una chulada de libro de por medio que demuestra mucho amor bien canalizado hacia esta zona de la Ciudad de México.

Estoy seguro que esta vez la idea va a funcionar, pero estoy más seguro que este amor hacia nuestros barrios, nuestras ciudades, nuestro país, nuestro planeta, lo deberíamos de mostrar todos los días, y cada vez en más generosas cantidades.

Amén.


Una línea onírica

febrero 24, 2012

La historia comienza así: Soñé que soñaba, y en el sueño alguien me presentaban a un dibujante, el me miraba y me decía contundentemente: «Dibujar es un acto de amor». ¡Me sorprendió de sobremanera la frase! A tal grado que me desperté del primer sueño y le conté a la chica que dormía a mi lado lo que me había dicho el profético dibujante, a ella por supuesto no le emocionó tanto la mezcla entre amor, acción y gráfica, así que me dio el avión y siguió dormida.

Volví a despertar, ahora sí en el mundo de los impuestos y las gozosas transpiraciones, y recordé de nuevo la frase, así que me levanté de la cama, dí diez pasos para llegar a mi ordenador, y puse la oración entre comillas en el buscador de la internet. ¿Cuál fue mi sorpresa? Esa línea la había dicho un artista catalán que estaba causalmente exponiendo en ese momento en el Centro Cultural de España de la Ciudad de México. Su nombre era Max, un dibujante que publicaba tebeos, cómics, revistas y novelas gráficas desdesdenantes de que yo naciera. Por supuesto tenía que visitar la exhibición,  seguramente algo, alguna pista o nueva sorpresa, iba a encontrar ahí.

Al llegar a la muestra la fortuna seguía hilvanando curiosidad con sorpresa. Entre a la primera sala y miré un dibujo enmarcado, el titulo estaba en el primer cuadro y decía «El sueño», era una historieta de alguien que soñaba y durante el sueño le pasaban cosas. Sonreí, azorado le tomé una foto y seguí conociendo el basto trabajo del mítico dibujante.  La muestra era chingona y generosa, el amigo Max tiene una línea exquisita pero sobre todo una basta y sorprendente producción, tiene historias (como la de Peter Pank) que ya son de culto porque refleja ese mundo de tribus urbanas, punketos y altermundistas, que fue reprimido durante el franquismo, podría decir que es miembro de «la movida» pero desde la esfera gráfica. Había salas llenas de sus dibujos, décadas de trazos y de personajes, de líneas y argumentos, había hasta una animación que funge como videoclip de una de mis bandas favoritas de la península Ibérica: Los Planetas.

Terminé de ver la expo y seguía sin saber la razón de mi sueño. Era la primera vez que soñaba en un sueño, y de las pocas que recordaba la frase de un total desconocido, y la única vez que coincidía con una búsqueda de internet y una exhibición en mi propia ciudad. Cuando le conté esto a una amiga, me dijo: «Ve a la muestra, seguro ahí encuentras el amor de tu vida», y de hecho entre sala y sala, por supuesto estuve atento para ver si esa profecía la podía cumplir, pero no, la ida a la exhibición de Max fue un goce estético con toques místicos que seguía sin entender.

Yo pronto viajaría a exponer a España, así que pensé en conseguir el correo-e del famoso Max, contarle la historia de mi sueño y visitarlo en Barcelona para tomar unas cañas. Pero la idea se traspapelo en el folder de los pendientes y ni busqué el dato, ni le escribí. A los pocos días viaje a Madrid a presentar mi exhibición de Videoman en Matadero. La noche previa antes de salir para Barcelona, durante la cena de despedida que organizamos con los majos amigos locales, Jorge Díez, el comisario de Madrid Abierto, antes de entrar al restaurante me dice -Mira te presento a Max, un amigo dibujante-. Era un señor de pelo largo, canas generosas y portaba una sonrisa buena onda. Le pregunté sonriendo: «¿Max?, ¿el Max que expuso en el Centro Cultural de España de la Ciudad de México, y que dijo que dibujar era un acto de amor?». Asentó con la cabeza, y antes de que pudiera decir algo, sin chance de dejarle hablar, le dí la mano y apresuradamente le conté la historia del sueño soñado, de la frase recordada y del encuentro con su dibujo onírico en la primera sala.

Por supuesto la historia era peculiar, inverosímil, pero como toda buena historia que se cuenta a la puerta de un restaurante o en medio de la mesa con unos tintos y bocadillos enfrente, no se le cuestiona su valides científica ni se hace un estudio afondo de sus significados o razones de ser. Sencillamente se comparte y se disfruta. Pasamos la noche bebiendo, comiendo y hasta dibujamos juntos en mi libreta. Me contó de su trabajo, de sus orígenes, de su emigración de Barcelona a Mallorca, e intercambiamos correos electrónicos.

La noche se nos fue y yo seguía sin saber el porqué de mi extraño doble sueño. Ayer le escribí un mail: «no se porque apareciste en el mundo de los sueños, pero seguro inventaremos realidades juntos». Con lo que me gusta dibujar y colaborar, viajar y España, eso seguro es un hecho.

Amén.