De niño no me gustaban los bigotes, me parecían una aberración estética que incomodaban al saludar de beso. Eso si, los podía admirar en personajes como Pedro Infante, Tintan, Chilinsky, Cantinflas o Mauricio Garces. Ahora, ya adulto, me dejo crecer el bigote cada que presento la exhibición retrospectiva que curé de Felipe Ehrenberg. Lo luzco como un obvio tributo a mi amigo, me tardo como cuatro meses en que me crezca y después de la inauguración me lo rasuro. A veces me lo dejo un poco antes para vincular vía el mostacho al personaje de Videoman con Emiliano Zapata, figura medular en el proyecto para hablar de guerrilla y el espacio público: «La ciudad es de quien la trabaja».
Este pequeño performance decidí hacerlo rigurosamente por una sencilla razón. Felipe dice que en México todos tratamos de ocultar las referencias, no nos gusta darle crédito al que estaba anteriormente ya trabajando con el fuego y nos pasó la estafeta para poder seguir con la investigación. Dice que siempre omitimos créditos en nuestras publicaciones o nos saltamos mencionar dentro de la introducción nuestras influencias (especialmente si son nacionales). Lamentablemente creo que tiene razón en muchos casos, así que yo decidí realizar esta acción cíclica para subrayar estos sanos relevos generacionales. Portar de la manera más clara y en el lugar más visible de mi persona (la cara) algo emblemático (el bigote en este caso) de un artista que se merece créditos y agradecimientos, de mi y de otras generaciones.
José Chavez Morado, quien por cierto también usaba bigote, fue maestro de Felipe Ehrenberg, que a su vez fue padrino conceptual de Guillermo Gomez-Peña, chicano-performer. A ambos, entre otros varios, los considero grandes mentores, amigos, asesores, colegas, aliados y cómplices en esta intensa faena kamikaze que hemos escogido de profesión. A veces hasta el bigote como credencial para sentirnos del mismo club.
Se dice que el origen de la palabra bigote viene del siglo XVI, cuando los soldados alemanes llegaron a España con Carlos V y acostumbraban saludar llevándose los dedos sobre el labio superior a la vez que gritaban: ¡Bei Gott! – bi got! – ( ¡Viva Dios!), los españoles de entonces creyeron que aquel era el nombre de los mostachos o pelos sobre la boca. Así que al principio ese término se usó para las personas que usaban bigote.
Yo digo, ya sin bigote y en tono de festejo de centenario y bicentenario: ¡Viva Dios!, ¡Vivan nuestros seres queridos!, ¡Vivan los cómplices que nos siguen dando patria! y vivamos a tope cada quien nuestros pequeños rituales cotidianos.
Amén.