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Me desperté de golpe pero a regañadientes, como si tuviera un mal sueño. El ruido era muy raro, demasiado fuerte, seco y repetitivo. En esos primeros segundos donde trataba de acostumbrar a mis ojos a la luz me di cuanta que todo se movía, no era solo ese ruido escalofriante, era la sacudida de la cama, era el meneo de la lámpara y las cortinas, era toda esa coreografía de objetos inanimados la que me empezó a dar miedo.
De un salto llegué a la ventana, abrí las cortinas y vi a los vecinos salir gritando, como era sábado por la noche me parecía que era más euforia etílica que pánico, pero vi que todo se movía en la calle, los postes, las luces, y los cables. El piso del hotel se sacudía cada vez más fuerte. He vivido varios temblores en México, pero definitivamente no es lo mismo vivirlos breves y en una casa de concreto, que con una mayor duración, en una construcción de madera, de tres pisos, instalado en la pendiente de un cerro.
Lo primero que me vino a la mente fueron las imágenes de Haití, pensé que si a ellos se los había cargado la chingada, nosotros estábamos a punto de seguir su ejemplo. Abrí la ventana en calzoncillos, me dije a mi mismo: «Si esto se cae, yo brinco». Prefiero romperme las piernas a que me caigan toneladas encima. A la chingada el «triángulo de la vida» y el quedarse parado en el marco de una puerta, brincar hacía al vacío y con los brazos abiertos, mejor un último instante de adrenalina que horas de incertidumbre y obscuridad. Esos eran mis kamikazes pensamientos durante algunos de los 90 segundos que duró el temblor.
El tiempo con taquicardia se triplica y los pensamientos con adrenalina se dejan acarrear por el instinto. En cuanto atenuó el ruido y la zangoloteada, me puse mis pantalones, y descalzo salí corriendo del cuarto. En el pasillo todavía caían platos, cuadros y pedazos de la cubierta de la pared. Hasta la salida sin parar, pensaba. Llegué afuera y ya había dos amigos ahí, llegué temblando, seguramente pálido. Veíamos Valparaíso desde un acantilado, no sabíamos si era bruma, o polvo, el velo nocturno que se le veía a la ciudad. Se fue la luz pero la visibilidad era muy buena, teníamos casi una luna llena.
Alarmas de autos y pájaros ladrando se escuchaban de fondo.
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Fuimos muy afortunados. Tanto que vivimos algo muy cabrón y lo platicamos como una anécdota, cientos de personas no.
A Valpo vine a presentar un proyecto dentro de una exhibición, vine junto con otros veintitantos artistas, el grupo incluía curadores, gente de producción y hasta organizadores. La exposición se insertaba dentro del Congreso de la Lengua, es (¿o era?) tan ambiciosa que hasta el Rey de España supuestamente venía. Puedo decir que es una de las participaciones mejor preparadas y con mayor presupuesto de las que he podido formar parte. Yo estaba feliz con el ritmo de crecimiento que llevaba el proyecto, pero siempre hay imprevistos que afectan una pieza, enriquecen o perjudican el contexto en el que se desenvuelven, algunos son afortunados, otros como en este caso, son trágicos y re-acomodan de nuevo todas nuestras jerarquías. Así es esto, al tiro.
Al día siguiente del terremoto, nos encontramos todos bebiendo en la terraza, parece que las tragedias tienden a centrarte en una rica euforia que rebasa la razón, recordé la mítica historia del grupo de cuerdas del Titanic que siguió tocando durante su hundimiento. Lo repito, fuimos muy afortunados, y gracias a Dios, hasta ese momento donde pasábamos del shock al gozo, del trauma a la catarsis, del pisco sour al gin and tonic, lo seguíamos siendo.
Así vivimos en nuestra burbuja durante unos cuantos días, con todo y las replicas que nos ponían a correr de nuevo hacia la salida. Así hasta que montamos los que podíamos montar, presentamos los que pudimos presentar, y se fueron a casa los que se pudieron regresar. El cumplimiento de nuestras tareas, los recortes de luz y agua nos ayudaron a tomar decisiones rápidas y concisas.
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La Presidenta de Chile dijo hoy por la radio: «En lugar de ser una caja de resonancia (de toda la tragedia), hay que ejercer el liderazgo positivo (contagiar el optimismo)», después rompió en llanto, la inteligencia emocional de la mandataria me sorprendió. Es verdad que los chilenos son dulces. Yo digo: ¿Cuando tendremos a la primer presidenta en México? Me gusta ese toque femenino en el poder.
Dice la Embajada que hoy me regreso a México. Espero. Agradezco haber vivido aunque sea de lejecitos una experiencia tan fuerte, dimensionas muchas cosas. También agradezco seguir siendo tan afortunado, y ojalá la fortuna mejore para todos nuestros hermanos del sur de Chile.
Amén.