Así se le conoce a Tepito por su reputación de haber formado a varios reconocidos boxeadores como el púas Olivares o el ratón Macías; y por esa misma razón su emblema del metro ostenta nada mas y nada menos que un guante de box. Aquí también vivieron otros guerreros del ring como el Santo y el Huracán Ramirez, míticos gladiadores en la historia de la lucha libre mexicana. Otras personalidades que han sido residentes son el cómico Cantinflas, el periodista Ricardo Rocha, el futbolista Cuauhtemoc Blanco, y durante trece años a partir del sismo de 1985, el neólogo Felipe Ehrenberg. Este último fue él que nos invitó el pasado fin de semana a conocer «el famoso territorio indómito».
El tono bravo de la zona se percibe desde que llegas a la estación de metro, un detector de metales te da la bienvenida, mosaicos con motivos abstractos del mundo del boxeo tapizan las paredes, y lo primero que ves saliendo es un un mar de personas, contenido por infinidad de puestos de todos los colores y sabores montados sobre el mismo eje vial. La competencia sonora, para ver quien llama más la atención entre un puesto y otro, se resuelve mediante la sencilla herramienta del volumen. En medio de todo el tráfico, cruza la avenida una docena de motocicleteros con parches verdes fosforescentes que dicen «Vagos México». Cuando veo esa manada soy consciente de que en esta parte de la jungla, el safari apenas esta por comenzar.
Cruzamos una serie de puestos que venden sobre todo películas piratas, DVDs con todo tipo de géneros por tan solo 4 pesos, una cartulina menciona los personajes favoritos que se venden: Pedro Infante, Tin Tan, Cantinflas, Narcos y Almada. Rancheros, cómicos y narcotraficantes. ¿Será por eso que algunos están apostando por la narco-comedia? Un letrero montado sobre el changarro defiende el espíritu del producto y la realidad de dicho mercado, dice: «Me copias, pero nunca me igualas». La copia ilegal de productos siempre ha sido criticada por la industria y los intermediarios, pero promovida por algunos creadores y consumida por la mayoría de la población marginal. Al igual que con las drogas, la situación se va a resolver cuando se analice el problema y se legalice, de nada sirve solo satanizarla.
Un amigo local me cuenta que existe piratería de 1er, 2do y 3er nivel, y se define según sea la calidad de la copia y lo que esta dure. Lo que más se piratea son películas, perfumes y tenis. «Anteriormente existía más fayuca, pero desde que llegó el PAN es más difícil que los productos lleguen» dice el mismo amigo. «Cada tercera noche hay un operativo policiaco que recoge la mercancía». ¿Que le sucede a todo lo que se decomisa? -pregunto. Aparece después en algún SAMs, se revende ahí. Nada se desperdicia, ni se destruye. Recuerdo a un ex-militar que me contó que cuando se decomisa la droga solo se quema una porción para la foto en los medios, la demás se revende. Es mucho dinero para tirarse a la basura– me decía.
Nuestra primera escala es un cafe-galería decorada con cuadros con motivos narcos, de lucha libre y grafiteros. Tres niños con nombres peculiares juegan a la entrada: Gael, Lenin y Michelle. Me queda claro que el hecho de convivir con tantas películas seguramente influyó en estos nombres. No cabe duda que todo se recicla, sobre todo la creatividad. Estos niños son «tepiteños», así se les dice a los que nacieron aquí, a los que vinieron a residir para vender se les conoce como «tepiteros». Dicen los primeros que cada vez viene menos gente, que cada vez hay menos venta. Que todo se ha complicado desde que los Carteles les piden comisión por vender productos ilegales. «Te pueden pedir una comisión y luego quitarte tu mercancía.» Hasta los más bravos les esta pegando la inseguridad nacional.
La segunda parada la hicimos cerca del Hotel Sevilla, que esta construido donde se derrumbó la casa de una comadre de Felipe durante el terremoto, ahí perdió a sus dos hijos y, según cuentan, la razón durante un tiempo también. Los lugareños reconocen a Ehrenberg, lo abrazan, le dan besos y le dicen que es un verdadero gusto verlo. Felipe se mudó al Barrio Bravo un día después del mentado sismo, para ayudar en el rescate y en la organización de la reestructuración. Fue parte activa de la comunidad, me lo había platicado muchas veces pero hasta ahora pude constatar el nivel de vínculo que generó con esta gente, y mejor aún, con sus personas por nombre y apellido. La gente lo quiere bien, es uno de ellos.
Seguimos avanzando rumbo a la iglesia de San Pancho, la principal de la zona, nos explican que Tepito tiene dos más: Santa Ana y la Conchita. Pasamos por entre los puestos, y entramos a un pasillo extremadamente largo y angosto, del otro lado hay un corredor lleno de orines y excremento que divide el costado de la iglesia y una cancha de fútbol de tierra con un alambrado deteriorado a su alrededor. Al llegar frente a la iglesia hay una banda de chicos con gafas oscuras y tatuajes que nos ven con cara de asombro, somos un convoy obviamente ajeno, compuesto por un neólogo; su sobrino, un programador pelirrojo; un hotelero portugués y su hijo, un tepiteño y su servidor, un superheroe sateluco retirado.
Nos da la bienvenida a la iglesia de San Pancho una imagen del Divino Preso, un Jesucristo con las manos atadas y ensangrentado, se encuentra al costado derecho de la entrada vestido con una túnica morada. La iglesia esta en reconstrucción, pero tiene unos pendones a sus costados con las siguientes frases bordadas en dorado sobre el mismo morado: «Perdona nuestros pecados; No endurezcas su corazón; Sean Compasivos y misericordiosos; Ven en nuestra ayuda salvador nuestro.» Supongo que estos mantras ayudan a sobrellevar el contexto, por lo menos a recordar la buena onda que nunca sobra.
Nunca había transitado tantos diferentes tipos de mercados contiguos, de un mar de puestos, se pasa al tianguis, de ese a una especie de mall al are libre, de ahí a un típico mercado con comida y puestos fijos que venden animales exóticos, ropa, y botas de mariachi. Fue inaugurado en 1957 por Adolfo Ruiz Cortines y Ernesto Uruchurtu. Un tipo grita en la entrada: «¡Bienvenidos al Suburbia sucursal Tepito, es lo mismo pero más barato!» Me piden que guarde mi cámara, a los que venden animales exóticos no les puede gustar, veo varias tortugas, muchos pájaro y una infinidad de serpientes encerradas donde una pitón albino luce espectacular.
Felipe esta engentado, así que salimos de la zona saturada de mercados para pasar a conocer la famosa vecindad Casa Blanca. Obviamente por su cercanía con el Zócalo, tiene su inicio en la época prehispánica, pero es hasta 1890 cuando pasa de ser un terreno con potreros y arboles frutales a convertirse en un conjunto habitacional. En 1986 se derribó la antigua vecindad y se fundó la nueva. De ahí es Don Pepe Miranda, famoso por su sonidero La Changa. Dicen que le llamaron Casa Blanca porque un señor que se parecía a Abraham Lincoln vivía ahí.
A una cuadra, en Panaderos esquina Alfarería, se encuentra el altar más importante de la zona a la Santa Muerte. A la entrada, una lona impresa en negro con una calavera y el siguiente texto «No temas donde vallas, que has de morir donde debes». Tres nombres firman la impresión: Sandra, Sebas y Sorriks. Me gustan los santos y las representaciones religiosas, pero jamas me he colgado una Santa Muerte, se me hace muy densa, demasiado punk para mi gusto, el hecho de que le puedas hacer peticiones malintencionadas y de daño a terceros no va con mi idea de rezo. Lo único que me parece interesante es su origen sincrético, el hecho que mezcle dioses aztecas, mayas y a la iglesia católica. Felipe y su mano tatuada con huesos parece más emocionado que yo. Esto ya no es Tepito, es la colonia la Pensil, que esta junto con pegado y que también tiene calles donde «te matan de a gratis».
El último punto que visitamos, antes de salir del Barrio Bravo, en una cantina que insiste el amigo hotelero conocer: La Principal. Esta en la esquina de Venustiano Carranza y Matamoros, el dueño es Eduardo Patiño, hijo de un madrileño expatriado. Esta cantina es la única que queda de las 19 que había por la zona, y solo abre de 9am a 6pm, por seguridad opera simultáneo a los vendedores. Los parroquianos de mayor edad, un grupo de tres «salderos» de 70 años donde uno esta jurado, nos recomiendan tomar una hierbabuena hecha a base de ron. Una joya refrescante color esmeralda. Un niño de ocho años entra y pide un trago azul turqueza para llevar, es una reinarepretación de un Tom Collins, típico de la casa también. En el ambiente hay una mezcla de por lo menos cuatro fuentes sonoras, de los que solo alcanzo a reconocer a Roció Durcal y un beat de regatón.
El amigo tepiteño que nos acompaña me pregunta si yo soy el ridículo que fue vestido de charro con un chihuahueño a la exhibición retrospectiva de Ehrenberg. Le contesto que si, que soy el curador de la expo y que no me parece ridículo vestirme así, ni tener un perro pequeño, le muestro la foto de mi abuelo vestido de charro en el celular para defender mi argumento o por lo menos mi derecho a vestirme así. Me contesta: «Eres una diva». Ante tan amable conversación, y al ver la nota de periódico que tienen enmarcada en las paredes, sobre la balacera que se dio en esa cantina en los 30’s, recuerdo el apodo de este barrio y sonrío para darle un sorbo a mi deliciosa hierbabuena.
Me siento muy agradecido con este paseo, por haber podido conocer un poco más de ese México que me sorprende: el bravo, el bárbaro, el profundo. Lo políticamente incorrecto no nada más se me resbala, si no que se me antoja necesario.
Amén.