En el barrio Bajo Flores de Buenos Aires, se encuentra la comunidad de inmigrantes koreanos, se dice que son más de 15, 000 y que llegaron desde los 60’s a estas tierras. Ahí, en la calle Curapaligüe, están unos baños que perpetúan la tradición milenaria de la hidroterapia o el apapacho líquido. Algo peculiar es que el negocio lo llevan unos bolivianos que se rumora son explotados por la mafia koreana, ellos son los que dan los masajes, las exfoliaciones y mantienen las tinas y los cuartos a tono.
Hace cinco años, cuando viaje a Seoul, lo que más me gusto fueron estos baños, los koreanos tiene una manera tan metódica de relacionarse con el agua: todo un ritual que se disfruta paso por paso, diferentes tinas, con diferentes temperaturas, salas con vapores o calor seco y regaderas donde la gente se talla por largos periodos. Siempre he dicho que este tipo de terapia húmeda es lo más cercano a reiniciar el cuerpo y la mente. Como cuando tienes el ordenador con tantas ventanas abiertas que se vuelve difícil de operar y solo queda aplicarle un restart a la maquina, de la misma manera funciona.
Ese estar sumergido en el vital líquido, sintiéndome en paz con el todo y con todos, dando las gracias por las bendiciones recibidas, por todo lo cosechado y todo lo que ha de venir, se convierte en un verdadero bautismo personalizado, un renacer in útero muy sabroso.
Hacer cambiar de temperatura al cuerpo, de manera extrema y de golpe, hace que todos los músculos no solo se relajen, sino que experimenten una especie rara de catarsis que fluctúa entre el placer y el dolor de padecer los extremos. Me encanta como a veces al experimentar nuevas sensaciones físicas uno se puede vincular mejor con lo espiritual, con eso abstracto que generalmente sobra tratar de definir.
Ernest Hemingway dijo: «You lose it if you talk about it».
Yo ahora no digo nada, guardo silencio y disfruto flotando en una gota koreana-porteña, que escurre en el sur de mi querida América.
Amén.